Escuelas San José
A la apuesta del régimen por la enseñanza se sumaron las instituciones religiosas: controlando la docencia se controlaba el futuro. Desde mediados de los años 50 las ciudades se poblaran de todo tipo de colegios e institutos públicos y privados confesionalmente católicos, como lo avala la presencia de capillas. Las antiguas Escuelas de San José no sólo confirman la tendencia de las órdenes religiosas a reforzar sus posiciones en el mercado de la educación (abarcando a los hijos de los trabajadores), sino que la ubicación de algunos centros pasa a ser periférica, donde el terreno era barato para ofrecer amplias instalaciones.
Este complejo, promovido por los jesuítas, se emplazó a las afueras de Valencia y se apoyó sobre un camino de la Huerta. El proyecto, que contó con una gran maqueta, desplegaba un programa desde primaria hasta la formación profesional y su organización seguía dos principios: la especialización funcional por bloques y su orientación por usos. De este modo se colocó un primer prisma de administración flanqueado por el salón de actos para acotar el acceso. Tras ellos se dispuso un enorme bloque escalonado de aulas sobre los patios de recreo que se deslizaban bajo los pórticos del mismo. Cerraba el conjunto la nave de talleres. Hacia el este se previeron –exentas- la residencia, las viviendas de los empleados y la iglesia, y al oeste los campos de deportes.
La arquitectura se sustenta por una estricta retícula que se evidencia en la modulación de la estructura de hormigón que solo se altera por los volúmenes singulares que contaban con cerchas metálicas. Al exterior, la regularidad se refuerza con seriados paños de ladrillo o planos de celosía entre carpinterías y pilares o forjados vistos. Los juegos plásticos entre luces y sombras (corredores y porches) y entre materiales y texturas (rojo cerámico, gris hormigón y azul muro cortina) se aproximan a una modernidad más contextualizada y menos universal, que no renuncia a la lógica de que la función determina la forma. Las obras religiosas, aunque docentes, también se actualizaban para que nada cambiara.
Andrés Martínez Medina
Este complejo, promovido por los jesuítas, se emplazó a las afueras de Valencia y se apoyó sobre un camino de la Huerta. El proyecto, que contó con una gran maqueta, desplegaba un programa desde primaria hasta la formación profesional y su organización seguía dos principios: la especialización funcional por bloques y su orientación por usos. De este modo se colocó un primer prisma de administración flanqueado por el salón de actos para acotar el acceso. Tras ellos se dispuso un enorme bloque escalonado de aulas sobre los patios de recreo que se deslizaban bajo los pórticos del mismo. Cerraba el conjunto la nave de talleres. Hacia el este se previeron –exentas- la residencia, las viviendas de los empleados y la iglesia, y al oeste los campos de deportes.
La arquitectura se sustenta por una estricta retícula que se evidencia en la modulación de la estructura de hormigón que solo se altera por los volúmenes singulares que contaban con cerchas metálicas. Al exterior, la regularidad se refuerza con seriados paños de ladrillo o planos de celosía entre carpinterías y pilares o forjados vistos. Los juegos plásticos entre luces y sombras (corredores y porches) y entre materiales y texturas (rojo cerámico, gris hormigón y azul muro cortina) se aproximan a una modernidad más contextualizada y menos universal, que no renuncia a la lógica de que la función determina la forma. Las obras religiosas, aunque docentes, también se actualizaban para que nada cambiara.
Andrés Martínez Medina